El que en este artículo sobre los casos de brutalidad policial que tuvieron lugar durante la cumbre del G-8 en 2001 me limitara a ponerme de parte de los manifestantes (en lugar de equilibrar la balanza criticando la pinta que llevaban) me hace tomar conciencia de lo mucho que he madurado como cronista. En el reivindicativo texto aparecen, como actores invitados, el entonces presidente Aznar, el cantante Santiago Auserón, el siempre socorrido Melitón Manzanas y el Secretario de Estado para Europa Ramón de Miguel, que se acababa de marcar unas declaraciones que (estas sí) podrían haber sido hechas hoy mismo.
A
los agentes que detuvieron y torturaron en Génova a varios cientos de
manifestantes antiglobalización “se les fue la mano”, según un informe de
quienes investigan el hecho, o sea, los inspectores de la propia policía
italiana. Es lo que tiene esto del lenguaje y las metáforas: se le puede ir a
uno la mano con la sal de las lentejas o con el gatillo; los efectos serán
diferentes, pero la frase es idéntica. En el informe de marras, la mano
policial se convierte en mano cocinera y el exceso infame en exceso de
condimento. El maltrato frío y bestial se ha quedado en un desliz. (Perdone, le
he clavado mi navaja, creo recordar que cantaba Santiago Auserón.)
El
secretario de Estado español para Europa, Ramón de Miguel, ha llamado fascistas
no a los agresores, sino a las desarmadas víctimas, en principio militantes de
izquierda. Cosas del lenguaje. Sigue la línea de su jefe Aznar, que se estrenó
aplaudiendo al policía sueco que disparó contra un joven ante las cámaras de TV
en Göteborg. A los torturadores no les va a ocurrir nada, como de costumbre. Si
acaso nos dirán que se ha expedientado a alguno, sin aclarar qué demonios es eso de un expediente ni si un día recibirá la medalla al mérito en el trabajo, igual que
Melitón Manzanas.
La
brutalidad policial tiene su raíz en la misma naturaleza de la vocación del
policía. Paradójicamente, la muerte de un muchacho en Génova es el único suceso
justificable de los que tuvieron lugar durante la última reunión del G-8. El
chico había atacado a un agente bisoño que reaccionó al estimar en peligro su
integridad. Compañeros de éste con más experiencia detuvieron, golpearon
salvajemente y humillaron a casi un centenar de personas. Arrasaron el centro
en que pasaban la noche, destruyeron ordenadores y documentación (pliegos de
dañinas palabras, supongo) y les obligaron a gritar "Viva el Duce" –tal vez por
eso Ramón de Miguel dice que eran fascistas–. Los más afortunados escaparon con
algunas magulladuras. Otros sufrieron lesiones muy graves, fueron robados
sistemáticamente y vieron menoscabada hasta el extremo su dignidad en la
comisaría. A los policías se les fue un poco la mano con ellos.
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