miércoles, 19 de marzo de 2014

La mano

El que en este artículo sobre los casos de brutalidad policial que tuvieron lugar durante la cumbre del G-8 en 2001 me limitara a ponerme de parte de los manifestantes (en lugar de equilibrar la balanza criticando la pinta que llevaban) me hace tomar conciencia de lo mucho que he madurado como cronista. En el reivindicativo texto aparecen, como actores invitados, el entonces presidente Aznar, el cantante Santiago Auserón, el siempre socorrido Melitón Manzanas y el Secretario de Estado para Europa Ramón de Miguel, que se acababa de marcar unas declaraciones que (estas sí) podrían haber sido hechas hoy mismo.


A los agentes que detuvieron y torturaron en Génova a varios cientos de manifestantes antiglobalización “se les fue la mano”, según un informe de quienes investigan el hecho, o sea, los inspectores de la propia policía italiana. Es lo que tiene esto del lenguaje y las metáforas: se le puede ir a uno la mano con la sal de las lentejas o con el gatillo; los efectos serán diferentes, pero la frase es idéntica. En el informe de marras, la mano policial se convierte en mano cocinera y el exceso infame en exceso de condimento. El maltrato frío y bestial se ha quedado en un desliz. (Perdone, le he clavado mi navaja, creo recordar que cantaba Santiago Auserón.)

El secretario de Estado español para Europa, Ramón de Miguel, ha llamado fascistas no a los agresores, sino a las desarmadas víctimas, en principio militantes de izquierda. Cosas del lenguaje. Sigue la línea de su jefe Aznar, que se estrenó aplaudiendo al policía sueco que disparó contra un joven ante las cámaras de TV en Göteborg. A los torturadores no les va a ocurrir nada, como de costumbre. Si acaso nos dirán que se ha expedientado a alguno, sin aclarar qué demonios es eso de un expediente ni si un día recibirá la medalla al mérito en el trabajo, igual que Melitón Manzanas.

La brutalidad policial tiene su raíz en la misma naturaleza de la vocación del policía. Paradójicamente, la muerte de un muchacho en Génova es el único suceso justificable de los que tuvieron lugar durante la última reunión del G-8. El chico había atacado a un agente bisoño que reaccionó al estimar en peligro su integridad. Compañeros de éste con más experiencia detuvieron, golpearon salvajemente y humillaron a casi un centenar de personas. Arrasaron el centro en que pasaban la noche, destruyeron ordenadores y documentación (pliegos de dañinas palabras, supongo) y les obligaron a gritar "Viva el Duce" –tal vez por eso Ramón de Miguel dice que eran fascistas–. Los más afortunados escaparon con algunas magulladuras. Otros sufrieron lesiones muy graves, fueron robados sistemáticamente y vieron menoscabada hasta el extremo su dignidad en la comisaría. A los policías se les fue un poco la mano con ellos.

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