Quedan pocos días para que llegue a su fin la primera edición de Gran Hermano, el concurso que ha mantenido al país pendiente del televisor, entre la estupefacción y el interés, durante tres meses. A la hora de entrega de este artículo aún se desconoce quién será el último eliminado por voluntad popular. Los que parecen contar con más posibilidades son Koldo, un joven vasco algo pedante, e Iván, un mal bicho cortito de luces que ha conseguido a duras penas mantenerse entre los candidatos al triunfo. El público escogerá como ganador a uno de los tres supervivientes.
Las
razones del éxito de Gran Hermano están siendo y serán analizadas por
sociólogos y críticos televisivos: de eso comen. A bote pronto, la audiencia
parece dividirse en dos grandes grupos: el conformado por adolescentes, en
general del sexo femenino, que siguen el espacio como si fuera una teleserie
–lo cual habla a las claras sobre sus exigencias en materia de argumentos– y,
aún peor, han adoptado a los concursantes como modelos a imitar; y el del
pueblo sensato, esto es, estupefacto, que si atiende al programa lo hace con la
poco cristiana intención de mofarse de sus protagonistas. La actitud de esta
clase de espectador es en principio contemplativa y neutral; da la impresión de
que las que votan son las jovencitas del primer grupo, que favorecen a los
muchachos más guapos y van a otorgarle, seguramente, los veinte kilos del
premio al andrógino Ismael. No obstante, me consta que hay quien llama al
teléfono de las votaciones, o al menos presume de ello, movido por propósitos
de otra índole. Conocí en un bar a un tipo empeñado en conseguir que Koldo
saliera de la casa. Justificaba su postura en los siguientes términos:
a) Queremos ver
retrasados mentales, para que nos hagan reír.
b) Koldo es normal.
Los
que disfrutan con estas cosas tienen la diversión asegurada. Antena 3 y la
propia Tele 5 preparan dos nuevos concursos, consistentes en pasear a un grupo
de escogidos por media España y grabarlos, uno; y soltarlos en una isla
desierta, y grabarlos, el otro. Si el sereno ambiente de la casa de Gran
Hermano no ha conseguido inspirar ninguna actividad intelectual a sus
habitantes, difícilmente lo harán los más promiscuos de un autobús o una isla.
Estamos de suerte.
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