martes, 11 de marzo de 2014

2000 determinado

Este artículo data de 1999, y en él me muestro hondamente preocupado por cuestiones lingüísticas. La ministra a la que menciono es Celia Villalobos, que acababa de hacer esas declaraciones a propósito de las vacas locas que le proporcionaron tanta fama. La Viuda Indultada debe de ser una viuda, posiblemente la de alguien famoso, a la que indultaron de manera justa o aberrante, pero no consigo recordar su nombre ni la historia que protagonizó. Al final me despido del respetable diciendo "hasta el jueves" porque mis textos aparecían en el periódico, precisamente, los jueves.


Quería hablar de esto desde que empezó el año y antes de que acabase, pero los olvidos y la actualidad no me lo han permitido –siempre hay noticia de interés–. Ya ha entrado diciembre y el tiempo apremia, así que haré un hueco; ignoraré a la casi irresistible Ministra de los Filetes Caros y a la popular Viuda Indultada e iré de una vez a lo que iba.

A propósito del año 2000 han surgido dos debates; uno fútil y absurdo para quien sepa contar siquiera con los dedos, el de si el milenio comenzaba con el propio 2000 o lo hará en el 2001; el otro, que ha encontrado menos resonancia, quizás por haber sido cerrado rápidamente, y con un dictamen a mi juicio erróneo, por los entendidos, se centraba en resolver si lo correcto es decir ‘el 2000’ o ‘2000’ a secas al referirse al año en que estamos. Las autoridades (la Academia, creo) se decantaron unánimemente por la primera opción, siguiendo un criterio de analogía o precedencia: si decimos ‘de 1999’ o ‘hasta 1898’ o ‘en 1492’, no habría ahora por qué cambiar a ‘del’ o ‘hasta el’ o ‘en el’ 2000. Siempre aparece, pues, en los medios la fecha según la alternativa académica, y en radio y televisión los locutores recalcan el ‘de’ de ‘de 2000’ con aire de saber mucho.

Y no comparto yo su opinión, o la de aquellos que fijaron la norma. No considero que el 2000 sea un año cualquiera; llevamos un siglo esperándolo como se aguarda al futuro más fantástico y fabulando sobre él. Es ‘el año 2000’, y al decir ‘el 2000’ simplemente elidimos el sustantivo y convertimos su circunstancia en cualidad esencial: sustantivamos. El artículo determinado individualiza al 2000, lo señala como único –del mismo modo que a la Luna: es ‘la Luna’ y no sólo ‘Luna’, igual que Marte, Júpiter o Saturno; y el Sol es ‘el Sol’; y la Caballé es la Caballé–. ‘El’ determina al nombre, en efecto, y de paso contribuye a que todo suene mejor: la aliteración en ‘l’ deja fluir las palabras; la aliteración en ‘d’ de ‘de 2000’ convierte la frase en vereda abrupta y pedante.

Reivindico aquí el artículo para lo que queda del 2000 y los años completos que vengan detrás; el 2001, el 2100, el 3000. En beneficio de la poesía y sin menoscabo de la lógica. Si ya lo hacíamos bien por instinto. Hasta el jueves.

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