A propósito del año 2000 han surgido
dos debates; uno fútil y absurdo para quien sepa contar siquiera con los dedos,
el de si el milenio comenzaba con el propio 2000 o lo hará en el 2001; el otro,
que ha encontrado menos resonancia, quizás por haber sido cerrado rápidamente,
y con un dictamen a mi juicio erróneo, por los entendidos, se centraba en
resolver si lo correcto es decir ‘el 2000’ o ‘2000’ a secas al referirse al año en
que estamos. Las autoridades (la
Academia , creo) se decantaron unánimemente por la primera
opción, siguiendo un criterio de analogía o precedencia: si decimos ‘de 1999’ o ‘hasta 1898’ o ‘en 1492’ , no habría ahora por
qué cambiar a ‘del’ o ‘hasta el’ o ‘en el’ 2000. Siempre aparece, pues, en los
medios la fecha según la alternativa académica, y en radio y televisión los
locutores recalcan el ‘de’ de ‘de 2000’
con aire de saber mucho.
Y no comparto yo su opinión, o la de aquellos que fijaron la norma. No
considero que el 2000 sea un año cualquiera; llevamos un siglo esperándolo como
se aguarda al futuro más fantástico y fabulando sobre él. Es ‘el año 2000’ , y al decir ‘el 2000’ simplemente elidimos el
sustantivo y convertimos su circunstancia en cualidad esencial: sustantivamos.
El artículo determinado individualiza al 2000, lo señala como único –del mismo
modo que a la Luna :
es ‘la Luna ’ y
no sólo ‘Luna’, igual que Marte, Júpiter o Saturno; y el Sol es ‘el Sol’; y la Caballé es la Caballé –. ‘El’ determina
al nombre, en efecto, y de paso contribuye a que todo suene mejor: la
aliteración en ‘l’ deja fluir las palabras; la aliteración en ‘d’ de ‘de 2000’ convierte la frase en
vereda abrupta y pedante.
Reivindico aquí el artículo para lo que queda del 2000 y los años
completos que vengan detrás; el 2001, el 2100, el 3000. En beneficio de la
poesía y sin menoscabo de la lógica. Si ya lo hacíamos bien por instinto. Hasta
el jueves.
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