martes, 4 de marzo de 2014

Intermediarios

Inauguro este blog con un artículo sobre economía del año 2004, en el que arremeto contra la figura del intermediario. Eran tiempos inocentes y nos dedicábamos a problemas financieros de andar por casa, en lugar de hablar de primas de riesgo y troikas, como hace la buena gente de hoy. Supongo que los intermediarios siguen ahí, empeorándolo todo, pero en nuestro imaginario han sido sustituidos por instancias aún más etéreas e inaprehensibles.


Según informaciones de absoluta confianza, el agricultor español vende el kilo de patatas a tres céntimos y el consumidor lo compra a treinta y seis. Creo que eso se llama plusvalía. La plusvalía es la base de nuestro sistema económico y hace posible que se enriquezca más precisamente quien menos trabaja. El agricultor se tiene que agachar dos veces para ganar un duro. Yo sudo tinta para ganar lo que cuesta un kilo de patatas. Existe una diferencia en efectivo entre el valor y el precio de las cosas y hay quien ha encontrado el modo de embolsársela. Usted se come una patata y el que engorda es el intermediario. Lo que vale para una patata vale para todo y así el intermediario también se lucra con los tomates y los higos.

De esto se deduce que conviene hacerse intermediario. Pero el de los intermediarios es un mundo cerrado, como el de los administradores de fincas. Nadie sabe cómo se entra en él. El intermediario ocupa un puesto fantasma en la cadena entre el productor y el minorista. Nunca se deja ver y tampoco deja huellas. Uno pregunta en la oficina si alguien conoce a un intermediario y todos se encogen de hombros. Ningún intermediario reconoce ser intermediario. El intermediario cobra por un servicio prescindible, pero estamos tan acostumbrados al sistema que no podemos prescindir de ese servicio —ni del intermediario—. Además es difícil sentir rabia contra un concepto, y los intermediarios se mantienen hábilmente en el plano conceptual. Tenemos pocos datos sobre ellos. Parece que los fenicios eran un pueblo de intermediarios, no como los soviéticos, que eran un pueblo de cooperativistas. Pero de los soviéticos y los fenicios sólo nos queda algún retrato en los libros de Historia.


El intermediario no se debe confundir con el transportista. El transportista prácticamente vive en el camión y el intermediario habita el mundo de las ideas. El transportista no gana tanto como el intermediario. Si lo ganara no seguiría haciendo portes. Hay empresas de venta directa que aseguran trabajar sin intermediarios. Pero una empresa de este tipo es sólo un intermediario encubierto. Unos cardan la lana y otros se llevan la plusvalía. Estamos en manos de los intermediarios. Y nos venderán al minorista por mucho más de lo que les hemos costado.

2 comentarios:

Luis Orlando Vargas dijo...

He enviado un enlace a este blog a los departamentos de personal de todas las empresas españolas e iberoamericanas. Me pregunto si en alguna de ellas van a querer contratar a una persona que dedica su tiempo libre a este tipo de cosas*. :D

*La pregunta es retórica.

Twinky Sidor dijo...

La verdad es que este blog no ha superado mis espectativas. Si bien la prosa es audaz, el autor no deja de posicionarse como un "bizarrín-guay". Primero dice que su deseo es ser intermediario y después critica ese medio de vida. Y los medios de vida son lo mejor que nos ha dado la vida. Y lo digo de verdad.

¿Dónde están las sidebares?






Un uno. Le doy un uno.